Luego de la asunción de Luis Arce a la presidencia de Bolivia, Correo del Alba dialogó con el escritor y analista internacional argentino Alejo Brignole, sobre esta nueva etapa democrática que se inició en Bolivia  tras el gobierno de facto de Jeanine Áñez.

El escritor analizó los desafíos que enfrentará el Movimiento Al Socialismo (MAS) y el presidente Arce en los diferentes escenarios. Entre algunas reflexiones, señaló la necesidad de encarar una reforma castrense profunda y funcional a los nuevos retos, junto a un giro en los planteamientos estratégicos dentro de la cambiante geopolítica internacional.

Usted ha dicho, en algunos artículos recientes, que Evo cayó en parte por sus propios errores estratégicos que fueron más allá de lo electoral… ¿Podría ampliar estas definiciones?

Desde ya… Sin cuestionar el rol fundamental de Evo y el Proceso de Cambio en la historia boliviana y latinoamericana y sus profundos aportes en la derrota de los viejos paradigmas sociales –que fueron la verdadera revolución cultural aportada por Evo y el MAS–, hubo en realidad también gruesos errores tácticos y estratégicos. Aunque sin duda los más graves fueron estos últimos, las miradas a largo plazo, que fallaron. También hubo desaciertos políticos y coyunturales que sirvieron de abono a un descontento prefabricado, manipulado mediáticamente y azuzado desde las esferas estadounidenses. Evo forzó una re-reelección con métodos que a mí me parecieron muy válidos en este contexto de guerra de cuarta generación. Reinterpretar la letra jurídica a efectos de una funcionalidad continuista no fue una mala opción. De hecho, la derecha lo hace todo el tiempo, y más aún… desconoce o directamente vulnera los convenios jurídicos establecidos y la misma legalidad. Evo no lo hizo, recurrió a la Justicia y ganó su derecho a ser reelecto. Luego podemos discutir si su empecinamiento fue útil o contraproducente. Pero saltándonos estas cuestiones, creo el gran error táctico estuvo en haber llamado a un plebiscito tres años antes de los comicios presidenciales. Eso puso en marcha toda una maquinaria golpista que estaba latente pero desorganizada. Incluso ahora, tras haber superado un año de gobierno ilegítimo, lo sigue estando. La derecha boliviana está menos dispersa que antes del golpe, pero sigue siendo una bolsa de gatos furiosos sin saber por donde cazar al ratón. En lo personal, no sé si era recomendable que Evo estuviera un período más en la presidencia. Los candidatos que podían continuar con su obra los tenía allí, frente a sus ojos, y esa alternancia hubiera cambiado la ecuación de poder en favor del MAS en Bolivia, dándole un nuevo impulso que ya había comenzado a decaer desde al menos el 2015.

Sin embargo, creo que más allá de estos errores de cálculo o patologías internas en las pujas personales por los posicionamientos políticos (que dentro del MAS fueron intensas), hubo algunas faltas inadmisibles de orden geopolítico y estratégico que fueron, en definitiva, las que posibilitaron ese golpe de Estado a las apuradas, desordenado y sin actores demasiado claros en la toma del poder. En cualquier caso, sería demasiado complejo analizar aquí las razones múltiples que minaron al Gobierno del MAS, y exponer la heterogeneidad de los intereses cruzados que necesitaban la caída de Evo, ávidos de un retroceso en todo lo logrado desde el 2006 en adelante.

¿Para usted cuál sería ese horizonte que el Proceso de Cambio no vio u omitió?

Si dejásemos de lado la discusión doctrinal sobre si el Proceso fue una praxis socialista, o en vías de serlo, o simplemente se quedó en un capitalismo de Estado (asunto que constituye todo un debate aún pendiente de profundización teórica), creo que la omisión más grave fue de tipo geoestratégica regional, por un lado, y una incomprensible carencia de un ordenamiento soberano interno más sólido. Y cuando digo “sólido” podríamos cambiarlo por el vocablo “defensivo”. Desde sus orígenes, el Gobierno del MAS contó con unas bases combativas dispuestas a la lucha callejera e institucional con un fervor y cohesión de enorme significancia. Ese apoyo y estructura popular fue una verdadera garantía en los primeros años. Las clases dominantes bolivianas ya conocían los alcances efectivos, el “poder de fuego” que podían alcanzar las clases populares, puestas a prueba durante las llamadas Guerra del Agua en 2000 y la Guerra del Gas en 2003. La oligarquía plutocrática de Cochabamba y del Oriente ya habían tomado debida cuenta de lo que es capaz el pueblo boliviano en su furia restitutiva. Sin embargo, Evo y el aparato del MAS no supieron articular una institucionalidad de la defensa soberana. Es decir, llevar al plano orgánico-estatal un proyecto de defensa interior popular y militarizado, tal y como han hecho los gobiernos con una continuidad revolucionaria exitosa en América Latina.

¿Se refiere a Cuba y Venezuela?

Así es… O Nicaragua a partir del 79. Incluso Granada hasta 1983, antes de sufrir la criminal invasión por parte de Estados Unidos. De todos ellos, Bolivia fue el último gran experimento social y revolucionario regional pero, a diferencia de aquellos, prefirió no organizar una arquitectura defensiva interna independizada de las Fuerzas Armadas e inmune a la macabra influencia estadounidense sobre los cuadros tradicionales del Ejército, la Policía y otras fuerzas.

Si precisamente Cuba y Venezuela se mantienen soberanas y con buenos anticuerpos a las tretas golpistas y desestabilizadoras, es porque trabajaron desde sus inicios en formar fuerzas populares de reserva, dispuestas a dar una respuesta inmediata a cualquier intento de derribo por parte del Departamento de Estado norteamericano y sus aliados internos.

¿A qué adjudica usted esta cierta miopía o inacción en los inicios del Proceso de Cambio?

Creo que hubo cierta autocomplacencia influenciada por el esplendor de la victoria obtenida y los horizontes posibles que se abrían. Aquel panorama del año 2006, 2007 y siguientes, en donde no faltó voluntad política y hubo una gran determinación de cambiar para siempre el mapa socioeconómico y soberano de Bolivia, fue un período luminoso, incluso más que el iniciado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y Paz Estenssoro en 1952. La revolución indígena tuvo, sin dudas, un momento muy merecido de euforia justificada, pero que no debía superar su categoría de éxtasis… Cualquier Revolución debe saber salir de ese éxtasis triunfal y poner a trabajar desde la hora cero  todos los recursos del Estado para conseguir dos cosas: profundizar el proceso revolucionario y crear anticuerpos soberanos de resistencia popular y armada. Son dos procesos tangentes, yuxtapuestos y coetáneos que no pueden prescindir el uno del otro. Creo que el MAS desestimó o subestimó el aspecto defensivo, incluso teniendo excelentes fuentes experimentales de las que abrevar. En 2006 Hugo Chávez estaba con vida y la Revolución bolivariana en su apogeo, mientras que Cuba ya contaba con 45 años de praxis defensiva y un magnífico historial de mecanismos antiimperialistas que estaban a disposición de la revolución indígena. Por decirlo en términos actuales, a Evo no le faltó Know-How sobre cómo defenderse de un golpe de Estado o de las maquinaciones de Washington. De hecho, Evo superó exitosamente en 2008 los intentos secesionistas del Oriente aplicando esta lógica de defensa a ultranza. Después le faltó visión o voluntad política para reforzar ese camino. No lo juzgo, solo interpreto la realidad de entonces desde el cómodo lugar que da la marginalidad del analista. Una cosa es hacer una análisis frío y otra muy distinta es comandar un proceso de cambio de enorme complejidad y asediado internacionalmente. Hay que entender el contexto inicial, los primeros años de gobierno en donde estaba todo por hacerse en materia social y económica, las nacionalizaciones, las reestructuraciones. Había un fervor por cambiarlo todo…

Sin embargo, es verdad lo que usted señala… No hubo una planificación estatal para la defensa interior en caso de injerencia.

Por eso insisto en que toda profundización revolucionaria debe ir acompañada de una visión estratégica para la defensa… ¡Jamás puede ir separada la una de la otra! Todo proceso revolucionario en América Latina o en África atenta contra los intereses más sensibles de los países sumergentes, del norte rico. Todo proceso emancipatorio supone, como sostenía el economista egipcio Samir Amin en sus tesis, una desconexión del modelo explotador capitalista trasnacional. Cuando un país rico en recursos como Bolivia o Venezuela descolonizan sus sistemas productivos, los países centrales se ven privados de la sustancia que sustenta sus economías y su bienestar. Sin esa transferencia de riquezas desde el Sur hacia el Norte, los países centrales deben afrontar su vacío fisiocrático, su falta de recursos para una industria que no pueden sostener. Entonces atacan con todo lo que tienen: medios, presiones financieras, bloqueos, embargos. Y si nada de eso funciona, recurren a la manu militari. Siempre la última ratio del capitalismo –sobre todo ahora que se encuentra en plena fase imperialista, como describiera Lenin en 1916– es la fuerza de las armas. El caso boliviano demostró que la guerra híbrida sirve hasta cierto punto, pero al final lo que define el juego es la imposición de la violencia directa o, como describiera el analista estadounidense Joseph Nye, el Hard Power.

“Cualquier Revolución debe saber salir de ese éxtasis triunfal y poner a trabajar desde la hora cero  todos los recursos del Estado para conseguir dos cosas: profundizar el proceso revolucionario y crear anticuerpos soberanos de resistencia popular y armada”

El capital y sus fuerzas productivas mundializadas no pueden sostenerse sin sus mecanismos claves de reserva (ultima ratio) que se ponen en marcha cuando la diplomacia espuria o la presión económica fallan. El principal es la reducción física del adversario bajo sus tres modalidades fundamentales: golpes de Estado, tortura y desaparición de opositores. Y si eso no prospera, queda el de la invasión directa, las coaliciones armadas y toda esa instrumentación siniestra que ya vimos en Irak, Granada, en Playa Girón o Haití. No entender estos eventuales factores de riesgo en un proceso revolucionario es como comenzar la construcción de una casa por el techo. Sin los cimientos de un Ejército depurado y fidelizado, sin bases populares articuladas bajo organismos militarizados diferenciados de las Fuerzas Armadas tradicionales, todo proceso nacional refractario a los imperialismos está destinado al fracaso. Si fracasa a corto plazo, como le sucedió a Salvador Allende en Chile, o a Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954, es una cuestión de relativa importancia. No podemos olvidar estas cuestiones esenciales que la misma historia nos expone con sus conclusiones a la mano. Especialmente en el caso de América Latina, sujeta al imperialismo estadounidense que impone un sistema colonial informal, o de semicolonialidad y que no admite relajaciones en esa necesaria articulación defensiva. La pérdida de un país rico en yacimientos como Bolivia supuso un tremendo golpe para la industria estadounidense y sus dependencias materiales. Tenga en cuenta que Estados Unidos depende en un 75% de materias primas que no posee en su territorio para solventar su armamentismo y sus industrias. Eso convierte a ese país y su complejo militar-industrial en un adicto extremo, psicótico le diría, capaz de todo si lo privan de su cuota de recursos naturales.

Según usted lo plantea, Estados Unidos con su lógica intervencionista tendría que haber actuado enérgicamente en los primeros años del Proceso de Cambio.

No estaban dadas las condiciones geopolíticas regionales. La fortaleza de Venezuela como entidad militar comprometida con la liberación latinoamericana era determinante. Hugo Chávez hubiera puesto en marcha toda la maquinaria bélica y económica venezolana para sostener a Bolivia. Por aquellos años ya estaba in pectore  crear la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Los mandatarios más proactivos como Néstor Kirchner, Chávez, Fidel y Rafael Correa inclinaban la balanza estratégica en contra de Washington. No olvidemos que Estados Unidos es básicamente una potencia que se encrespa como un gallo pero se escabulle como una gallina cuando un país sólido y determinado se le opone. Estados Unidos evita la guerra con cualquier nación que posea un aparato bélico de medianas proporciones dispuesto a plantarle cara. Bolivia no era ni es una potencia militar, pero hubiese sido un hueso duro para Washington en aquel contexto.

En 1991 Irak era una potencia militar considerable y estaba dispuesta a presentar pelea en la Primera Guerra del Golfo contra Saddam Husein… Y Estados Unidos sin embargo invadió el país. Ese dato desmiente su tesis.

Fíjese que no…  Estados Unidos entró en guerra con Irak en 1991 por diversos motivos hegemónicos en el complejo tablero de Oriente Medio, pero lo hizo con una coalición internacional brutal. Inglaterra, Australia, Canadá, Francia, Pakistán, Arabia Saudita, etc… En América Latina Estados Unidos estaría solo contra una agresión directa. Sus aliados serían Colombia y cualquier otro país con un gobierno sumiso, pero en la gran familia latinoamericana, inserta en una región pacífica en términos de vecindad internacional, nadie quiere abonar conflictos para el futuro. Por caso, imaginemos el Brasil de Bolsonaro… Podría apoyar una agresión directa contra Venezuela, pero estaría comprando un conflicto de largo aliento con un país fronterizo militarmente poderoso. Ni las opiniones públicas regionales ni las respectivas Fuerzas Armadas apuestan por focos de desestabilización geopolítica a largo plazo en sus países.

Pero volviendo a su pregunta… Si una cosa han sabido demostrar las usinas estratégicas norteamericanas, es que saben esperar. Washington aguardó pacientemente a Evo Morales. Esperó los primeros signos de decadencia en el Proceso de Cambio, abonó sus fisuras, sus omisiones tácticas y trabajó pacientemente sobre las carencias estratégicas a través de los medios y de las redes sociales.  Por último, utilizó magistralmente el naipe de la Organización de Estados Americanos (OEA), con un traidor servil como es Luis Almagro, quien edulcoró públicamente al Proceso de Cambio y sus logros económicos. Una actuación magistral que terminó con Evo intercambiando elogios, condecoraciones y gestos conciliadores con esa marioneta infame, absolutamente repugnante, que es el actual secretario general de la OEA. En este punto uno se pregunta si Evo se leyó la historia de los derrocamientos en América Latina. La astuta utilización de los recursos de  adulación-cooperación-presión e injerencia violenta que ha hecho Estados Unidos a lo largo de todo el siglo XX, se desplegó en Bolivia en su totalidad a lo largo de los 14 años del Proceso de Cambio. El Smart Power, planteado por el estratega militar Jospeh Nye en la década de los 90, tuvo en Bolivia un laboratorio de ensayo que resultó parcialmente exitoso.

¿Por qué “parcialmente”?

Porque si bien Evo fue derrocado y eso siempre es una confirmación de que los métodos que despliega estados Unidos contra las democracias resultan eficaces, también es verdad que ello no alcanzó para restablecer el viejo orden neocolonial en la sociedad boliviana. Los bolivianos mostraron una capacidad de reflexión crítica durante el año que duró el gobierno de facto de la intrusa Jeanine Áñez. Incluso hubo un retorno al masismo de superficie entre aquellos sectores que ascendieron a la clase media y que neciamente le dieron la espalda al MAS (responsable verdadero de su ascenso social).

También quedó expuesta la precariedad que tuvo el golpe contra Evo, la falta de directrices claras y la disparidad de actores que intervinieron. Ni Carlos Mesa ni Camacho se hicieron con el poder, sino una oportunista obediente como Jeanine Áñez, que además no supo construir espacios de poder personal o un gobierno de continuación reaccionaria. Podríamos decir que Washington se mostró algo oxidado en sus metodologías y que los sectores golpistas bolivianos demostraron lo que en realidad son: apenas empresarios de baja estofa sin ideas políticas orgánicas y perros fieles de la colonia, sin la menor capacidad en materia de praxis política.

¿En qué lugar se encuentra ahora el presidente Arce?

Quitando la problemática añadida de la pandemia, creo que en un lugar relativamente cómodo debido al apoyo popular que lo catapultó, pero en realidad está en una posición muy precaria… Hasta le diría que es una posición peligrosa. Sobre todo si no asume de una vez las impostergables medidas de seguridad interna que le garanticen una democracia estable, un escudo contra las injerencias de un norte siempre intervencionista dispuesto a seducir con dinero, cursos, y prebendas a los desclasados de siempre y a los mercenarios internos.

¿Y eso cómo se logra?

En primer lugar tomando cabal conciencia de ese peligro…. ¡Jamás subestimar los silencios y los falsos gestos de amistad de las naciones sumergentes! Estas siempre están al acecho. Creer que ese Norte rico, con crisis cada vez más recurrentes (demográfica, de inmigración, de concentración de la riqueza y con una producción insensata de bienes de consumo) estará resignado a una observación pasiva sobre cómo los países del Sur recuperan el control de sus recursos, es un grave error de análisis y eventualmente de gestión. La primera y más importante construcción de nuestros pueblos es, precisamente, la creación de esos anticuerpos. Arce tiene por delante la ineludible tarea de una profunda reforma castrense. Evo Morales creyó que la Escuela Antiimperialista Juan José Torres para militares y policías era suficiente para descolonizar sus mentes, su idiosincrasia sumisa a Estados Unidos, su minorazgo canil hacia el exuberante militarismo del norte. Las Escuela Antiimperialista fue sin dudas una idea genial, revolucionaria en América Latina y absolutamente necesaria, pero claramente insuficiente. Era apenas el brazo teórico de una planificación mucho más compleja que faltó, que no se encaró y acaso no fue pensada.

Por ejemplo…

Por ejemplo, se podrían haber generado un sistema de cooperaciones bilaterales y permanentes con China y Rusia en materia armamentística. La larga tradición clientelar de América Latina con el Pentágono y el complejo militar-industrial estadounidense ha sido determinante en la colonización institucional de nuestras Fuerzas Armadas, educadas en paradigmas de admiración por la potencia que los domina, que los desprecia y a la que ven como el cenit de la realización. La imagen que proyectan las Fuerzas Armadas estadounidenses ha sido crucial en la asimilación de nuestros cuadros militares a ese paradigma. Por ello los intercambios comerciales con Washington deben cesar por completo en materia bélica. Detrás de toda compra de armamento le siguen cursos de instrucción, que son en realidad de adoctrinamiento. La macabra Escuela de las Américas, en donde se formaron miles de torturadores y golpistas latinoamericanos durante décadas, fue la expresión paroxística de una tradición mucho más silenciosa en las relaciones bilaterales. Centenares de pequeños cursos, visitas, invitaciones y ejercicios conjuntos son una constante entre el Pentágono y nuestros ejércitos. Esta dinámica debe cesar, tal y como lo hizo Chávez en Venezuela. Luis Arce debe entender que un viraje hacia Asia en material militar, comercial y estratégica es impostergable, y además llena de muy potenciales buenos frutos y ventajas políticas.

En segundo lugar, el presidente de Bolivia tiene hoy una responsabilidad ética de enorme trascendencia para el futuro de la Región, y que consiste en dar un mensaje claro a los golpistas que ya acechan nuestras democracias, con peligrosas nostalgias de los años 70 y 80 del siglo XX. Personalmente creo que la Justicia boliviana debe identificar, juzgar y condenar de forma aleccionadora a los altos mandos militares y cuadros medios que estuvieron implicados en la disrupción democrática y las masacres de Senkata y Sacaba en noviembre de 2019. También las fuerzas policiales que se autoacuartelaron y propiciaron el golpe deben ser sancionadas con un sistema de trabajos comunitarios de largo plazo si quieren recuperar sus privilegios salariales y jubilatorios… Las fórmulas pueden ser muchas y variadas. Imposible detallarlas a todas aquí.

Pero Arce autorizó hace poco al Ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, a estudiar la jubilación policial con el 100% de los haberes de actividad…

Esa medida no es errónea en el aspecto doctrinal, es un derecho que bien podría contemplarse y articularse, pero no en este contexto postgolpista… Una reivindicación previsional en medio de una coyuntura donde se discuten responsabilidades por violaciones a los DD.HH es un mensaje ambiguo, como poco. Un gesto que huele a temor o falta de fuerza por parte del Gobierno. Arce debe ahora mostrar una enérgica determinación, hacer una depuración y un saneamiento de todas las fuerzas que detentan el monopolio de las armas en Bolivia. En mi opinión, debe enviar a muchos cuadros superiores al extranjero. Recolocar a los elementos menos confiables en embajadas de países periféricos como Qatar, Sudáfrica, Nueva Zelanda, Bangladesh, bien lejos de Sudamérica. Es decir, desmantelar los tejidos corporativos castrenses que podrían amenazarlo en un futuro y trabajar con los cuadros medios más jóvenes de las Fuerzas Armadas y formarlos en una nueva lógica y una nueva mirada hacia el Oriente Global. También debe darles retiro y jubilación a otros y encarcelar a los implicados activamente en el golpe y en delitos de lesa humanidad, sin contemplaciones. Arce no puede obviar que Jeanine Áñez se presentará como candidata a Gobernadora del Beni y que el fantoche filofascista evangélico Fernando Camacho también se postulará como gobernador de Santa Cruz. Es decir, se están creando polos de poder político diseminados en la geografía nacional, que se suman al poder mediático corporativo ya consolidado. El presidente Arce no puede añadir a esta lista la admisión de un polo de presión castrense que, sin dudas, se articulará con los otros factores desestabilizadores cuando la coyuntura les sea propicia.

¿Esa dispersión y desarticulación del aparato castrense que usted señala como necesaria, no puede crear malestar y tensiones añadidas al Gobierno de Arce?

Ese es el desafío… No dije que fuera fácil de hacer. En la Argentina posterior a 1983 existieron estas tensiones y pronunciamientos militares violentos como los acuartelamientos carapintadas, pero el contexto político exigía juicio y castigo a los genocidas y golpistas, y el Gobierno de Raúl Alfonsín continuó en esa dirección. A pesar de que Alfonsín debió promulgar la Ley de Obediencia Debida que dejaba fuera de enjuiciamiento a los cuadros menores a coroneles, fue un precedente histórico muy importante. Aún hoy siguen los juicios a torturadores y militares implicados, pues los delitos de lesa humanidad no prescriben. Argentina ha marcado una tendencia ejemplar en materia de Derechos Humanos y juicios trasnacionales para este tipo de delitos. Luis Arce tiene allí un soporte jurídico invaluable que debe aprovechar. Es, en realidad, un mandato ético ineludible para su gestión.

He leído algún artículo suyo en donde usted promueve la creación de un Tribunal Penal Internacional para América Latina y el Caribe… ¿no es así?

En efecto… Pero sería largo de explicar aquí. Nos extenderíamos. Solo diré que América Latina (y en general los bloques regionales de Asia y África) deben articular un sistema penal internacional de tipo doméstico, que sea independiente del Tribunal de La Haya, que muchas veces no refleja ni acude a las necesidades de los países periféricos, fuertemente afectados por crímenes de lesa humanidad, incluso económicos. ¿Los crímenes de Piñera en Chile, Iván Duque o Juan Manuel Santos en Colombia, quedarán impunes? ¿Quién va a juzgar a Lenín Moreno o a Macri por su terrorismo económico? Más allá de los fueros nacionales de cada país (absolutamente enajenados por diversas causas y las llamadas “buenas prácticas” que promueve Washington para adoctrinar a jueces y fiscales) los atropellos a los Derechos Humanos deben ser sometidos a un Tribunal Penal regional permanente que sirva, además, como una instancia disuasiva. Si Iván Duque o Sebastián Piñera en sus países pueden comprar a una Justicia corrompida hasta los cimientos, sabrán que luego hay una instancia supranacional que buscará sancionar los delitos de lesa humanidad. La Unión Europea (UE) es un buen ejemplo de esta mecánica, en donde los convenios supranacionales tienen jurisdicción por sobre los fueros nacionales en materia penal, en algunos casos.

¿No es un desafío demasiado grande para Nuestra América, continuamente minada en sus iniciativas soberanas y sus diseños colectivos?

Es un desafío enorme, desde varias perspectivas, pero sobre todo desde el punto de vista doctrinal, pues existe cierta inclinación quietista, de acatar el statu quo y las instituciones diseñadas para el mundo en la segunda postguerra. Muchos afirman que no se puede crear un tribunal supranacional deslindado de La Haya. Incluso piensan así muchos juristas de la izquierda continental con los que he conversado. Yo no lo creo. Siempre el statu quo legal de cada época ha tenido características aparentemente inamovibles: el feudalismo, las monarquías, la esclavitud, el colonialismo, el apartheid racial… Todo pareció insuperable en su momento, y sin embargo todo puede –y debe– subvertirse. Por eso creo que el presidente Arce tiene entre manos una oportunidad histórica de dar un mensaje claro a los pueblos de América Latina de cara a este siglo XXI que se anuncia sangriento. ¡No más golpes de Estado y tolerancia cero a los delitos de lesa humanidad! Hoy Bolivia está en la mira de todos: del Norte saqueador y del Sur reivindicativo, que contemplan las decisiones que tomará este gobierno.

La derecha no tiene escrúpulos en aplicar el lawfare a opositores. La lista es larga: Lula, Dilma Roussef, Correa, Jorge Glas. Y en Argentina Milagro Salas, Luis D’elía y Amado Boudou, por citar los principales… ¿Entonces por qué a la izquierda le cuesta señalar y encarcelar a genocidas, golpistas y terroristas económicos? ¿Hace falta explicar que Jeanine Áñez o el ministro de Interior, Arturo Murillo, cometieron masacres y deben ser juzgados por delitos de lesa humanidad?

Actualmente parece que es necesario explicar lo evidente. La posverdad, los slogans instrumentalizados como certezas históricas y la manipulación conceptual se apoyan en una vasta red mediática internacional tutelada por las principales usinas estratégicas de los países sumergentes. Por eso Rafael Correa dijo recientemente en una entrevista que “mientras no se resuelva la cuestión mediática, no habrá verdadera democracia en América Latina”.

Que un genocida como el expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, tenga el Nobel de la Paz después de masacrar a miles de campesinos disfrazados de guerrilleros por el mismo gobierno para justificar su aniquilación, nos habla a las claras sobre cómo se fabrican los consensos y las opiniones. Cómo se maquillan los delitos y omiten las evidencias en este mundo de la posverdad. Tal y como dijo Rafael Correa, ya no hay espacio para cometer algunos errores en las políticas mediáticas como hizo el MAS en la última década, entre ellas darle la espalda a Telesur, por dar un ejemplo de los muchos posibles. Telesur es el único canal internacional soberano y descontaminado de injerencias en América Latina, y sin embargo brilló por su ausencia en la agenda comunicacional del Proceso de Cambio. Arce deberá apostar por una fuerte presencia estatal en los medios y un equipo de avanzada de técnicos especializados en redes sociales y, desde ya, perseguir el terrorismo mediático, aquel que se funda en mentiras aviesas y operaciones de prensa lesivas de la salud pública o de la estabilidad política. Cualquier incitación al racismo, a la violencia, o a destruir la institucionalidad vigente, debe ser sancionada con dureza. En el Ecuador de Rafael Correa, los medios pagaban fortunas en concepto de multas por lanzar operaciones maliciosas plagadas de mentiras indemostrables.

“Luis Arce debe entender que un viraje hacia Asia en material militar, comercial y estratégica es impostergable, y además llena de muy potenciales buenos frutos y ventajas políticas”

No olvidemos tampoco que la pasividad en materia comunicacional se paga a muy alto precio en la Era de las comunicaciones. Hoy los ministros de comunicación en América Latina deben tener una gran familiaridad con materias como streaming, redes sociales y neurociencias aplicadas a creación de consensos. Deben saber comprender las nuevas dialécticas capitalistas que incluyen la posverdad y la manipulación de masas en un grado inédito desde el siglo XVIII cuando el proletariado urbano irrumpió como clase. Fue esa masividad demográfica concentrada en espacios urbanos reducidos como los barrios obreros de Londres, Manchester o Liverpool durante el maquinismo a vapor, la que hizo emerger los primeros diarios británicos como The Times de Londres. De la misma manera,  si hoy  un ministro de comunicación no está aggiornadoen materia de comunicación de masas, debe muñirse de equipos jóvenes, de formación sólida en estas asignaturas y preferiblemente agresivos en materia de manejo de datos e información. Exactamente como hace la derecha.

Pero eso recrudecería las viejas acusaciones de dictadura, populismo totalitario y otras figuras que la derecha tiene en su menú…

¡Por supuesto!… Pero es ingenuo pensar que sin hacerlo no existirán esas acusaciones dictatoriales. Si usted revisa los discursos de las derechas internacionales, por caso de España, de Argentina, de Uruguay, de México, de Nicaragua… parecen todos sacados de un mismo guión. Y de hecho lo están. La internacional neofascista organizada por el magnate estadounidense y asesor de Donald Trump, Steve Bannon, junto a las usinas neoliberales y los medios hegemónicos coordinados globalmente, han logrado internacionalizar sus guiones, a mi juicio, de manera algo torpe, aunque muy eficaz. Además los think tanks proporcionan una infraestructura vital para la demolición de los paradigmas democráticos. Crean fundaciones, seminarios, universidades y empresas especializadas en manipulación en redes sociales. Debemos estudiar estas instituciones: la Red Atlas, la Corporación Rand, Fundación Nacional para la Democracia (NED) y sus imitaciones, junto a una larga lista europea y latinoamericana financiada por ellas. Debemos afrontar esta ofensiva y sus instrumentos desde perspectivas científicas y estudiarlas  como nodos orgánicos, responsables de los intrincados procesos de formación transnacional de clases en la sociedad civil. Fíjese algunos detalles… En 1975 existían apenas siete think tanks neoliberales en América Latina, frente a los 35 de 2005. En nuestra Región había solo 10 universidades con profesores neoliberales en comparación con las 40 que surgieron hasta el 2005. Esa cifra por supuesto aumentó, aunque yo no la poseo en este momento. Se editaban por entonces unas pocas revistas y otras publicaciones periódicas sobre “libre mercado”. Hoy se publican dos decenas e incluso más.

También podemos detectar la transversalidad de esos discursos que promueven la privatización de la salud, de la educación, o el achicamiento del Estado. Lo defienden tanto las clases más humildes, aunque parezca increíble, como los sectores acomodados de esos países que mencioné anteriormente, aunque el fenómeno es sin dudas global. Existe toda una arquitectura de críticas  espurias y de visiones inconsistentes: que en las escuelas públicas se adoctrinan a los niños, que el Estado es ineficaz y corrupto y debe cuasi desaparecer y, por supuesto, que los gobiernos populistas (término que aborrezco) son de naturaleza totalitaria, clientelares e inevitablemente corruptos. Poco importa que la realidad indique que en esos países la democracia es más directa y participativa o que los gobiernos más corruptos, saqueadores y regresivos son los de la derecha neoliberal… ¡Y sin embargo, todos repiten lo contrario!

Para terminar, ¿cree usted que es posible alcanzar la soberanía informativa en un mundo globalizado?

Si entramos en precisiones más exhaustivas, hablar de soberanía informativa resulta algo complejo, sobre todo porque primero debemos hablar de soberanía tecnológica y digital, que también implica una soberanía satelital y aeroespacial que nos permitan un acceso independiente de Internet y desligado de la dependencia  obligada a la asistencia extranjera. Fíjese que Bolivia ya tiene satélites en órbita, lo mismo que Argentina, y sin embargo durante la presidencia de Macri se hablaba de “los lavarropas espaciales” que el Gobierno de Cristina Fernández había colocado en la posición orbital geoestacionaria de 81o Oeste, de gran cobertura hemisférica. Esa mofa a un gran avance soberano nacional por parte de la sociedad argentina, alineada con el macrismo y verdaderamente lobotomizada en sus capacidad crítica, fue una excelente muestra sobre la lumpenización inducida del pensamiento colectivo, sobre todo de las capas medias, que critican hasta los mejores avances del país, por humildes que estos puedan ser. Y la razón  de todo eso está en esa dominación informativa y en la puja por la hegemonía de un discurso de la dependencia que tan buenos resultados da a los proyectos neocoloniales.

Por otra parte, ya hay signos muy alarmantes, verdaderamente graves, sobre cómo se está diseñando el avance corporativo sobre la comunicación de masas y esa ansiada hegemonía informativa (que es también del pensamiento, y por tanto de la acción. O si lo prefiere, de la inacción). Google anunció hace una semana la construcción de un consorcio de medios de comunicación latinoamericanos asociados a la plataforma de Google News Showcase, destinada a reproducir material informativo local en distinto países (Brasil, Argentina, Colombia y otros más). Solamente en Argentina el acuerdo incluye a más de 30 grupos periodísticos y se instrumentará con un financiamiento de los medios locales por parte de Alphabet (la corporación que administra Google), a cambio de permitir a ese gigante estadounidense la selección y lineamientos en los contenidos. Este avance brutal en la expansión del dominio del pensamiento y los consensos sociales, es el preludio neuronal de un sistema criptofascista que ya comienza a dar muestras de tener una vocación cada vez menos democrática, no solo en materia informativa, sino también en la gestión de los derechos generales de la ciudadanía. Ante este panorama… ¡Hay que salir a tomar los medios! Hay que desmembrar los multimedios. No permitirles poseer TV abierta y de cable en un mismo país. Quitarles buena parte de sus espectros radiofónicos y limitarles su participación en empresas proveedoras de Internet. El Estado nacional debe comenzar a incorporar y lanzar empresas mixtas con consorcios chino e hindúes que garanticen esa soberanía comunicacional, digital y tecnológica aplicada al comunicación, junto a un corpus regulatorio ad hoc. Dicho en una palabra, cortarles buena parte de sus tentáculos. Dejarles los imprescindibles para se expresen, difamen y mientan, pero sabiendo que el Estado posee espacios para la réplica y su versión de la realidad. Desde ya vendrán acusaciones contra una supuesta falta de libertad de expresión, pero los medios recuperados tendrán una voz para desmontar las acusaciones y los entramados de posverdades. No se trata aquí de acallar las voces disidentes, que también deben ser aseguradas, por más infames que sean en sus estrategias desinformativas. Se trata de darles voz a las lógicas democráticas y populares, hoy secuestradas por un poder mediático falaz y enemigo de la democracia que actúan en connivencia con las corporaciones trasnacionales europeas y estadounidense. Si me van a acusar de dictador, prefiero tener una buena cantidad de medios para replicar esas acusaciones y explicar el lado de B de la realidad a los gobernados… ¿No le parece?

Si Luis Arce no avanza con decisión en estos varios aspectos medulares, tendrá serios problemas. La historia demuestra que ser conciliador, dubitativo o complaciente con la derecha, solo logra aumentar su capacidad destructiva y estimular su agresividad antidemocrática. Chávez y Fidel, demostraron cuál es el camino en la administración de estas amenazas. Es un camino que tiene muchos matices de aplicabilidad dependiendo de cada escenario. Pero el camino es ese. Creo que Evo Morales ha entrado con verdaderos méritos en la historia grande latinoamericana y acaso mundial, pero ha llegado la hora de completar una obra que quedó deliberadamente inconclusa en muchos aspectos. No sé si Arce es el hombre que lo hará. Ojalá que sí, porque tiene las condiciones técnicas necesarias y un contexto propicio si sabe dónde buscar apoyos y ejecutar las acciones adecuadas.

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