Por: Antonio Peredo Leigue

Corrientemente se intenta condenar, al periodista, a una tarea de mero repetidor de las declaraciones oficiales (del Estado, de las empresas o de las instituciones sociales), reclamándole que no se aparte de lo que se le dice que debe publicar. Frases como “los periodistas siempre buscan los aspectos negativos y no prestan atención a los hechos favorables…”, “el periodista no debe opinar, sino informar…”, etc., son corrientes en el comentario de autoridades y dirigentes. Más de un jefe político, convencido de que está en lo cierto, ha dicho: “los periodistas deben mostrar lo bueno que estoy haciendo y no mis errores”, o bien: “no voy a hacer declaraciones a los periodistas, porque no publican lo que digo”.

Es evidente que, esos criterios, se formaron en épocas dictatoriales, bajo el peso de la autocensura, que fue la forma en que los gobiernos de facto ahogaron al periodismo y lo obligaron a ser un simple reproductor de sus ordenanzas. Sin embargo, casi dos décadas después, resulta inquietante que no haya podido desarrollarse una cultura democrática en el periodismo.

De este modo, los gobernantes consideran su privilegio amenazar a un periodista (o a un diario, radiodifusora o canal de televisión) cuando su labor de orientador choca contra sus intereses. En la misma línea de conducta, los empresarios chantajean con los presupuestos publicitarios para impedir cualquier crítica a sus negocios. Incluso, los dueños de los medios, despiden a un periodista que no esté dispuesto a registrar los hechos, conforme a sus preferencias personales.

En otros términos: en Bolivia, sigue vigente el criterio autoritario, arbitrario y anacrónico de que, el periodista, es apenas un escriba cuya función se limita a copiar lo que le ordenan.

El resultado de esa visión retrógrada, es la continuación de un periodismo mediocre que, pese al esfuerzo de algunos periodistas y hasta empresarios bien intencionados, no logra superar las tremendas deformaciones que produjo el largo periodo dictatorial reciente.

De un periodismo que, a mediados de los ’60, era comparable con el de varios países vecinos, hemos pasado a tener un periodismo que está muy por debajo de aquellos. Naturalmente en tales circunstancias, resulta absurdo pretender formar una ciudadanía consciente de sus deberes, preparada para enfrentar los problemas nacionales y, menos aún, con capacidad para construir el desarrollo nacional.

La misión del periodismo

Orientar al público, decíamos arriba, sólo puede hacerse investigando la realidad. En una encuesta realizada por mis alumnos, varios periodistas fueron confrontados a la evidencia de que no se hacía investigación. Todos dieron excusas para no hacerlo; la respuesta más impactante fue ésta: “prefiero la tranquilidad de mi familia, a ser un buen periodista. Absolutamente lógica, pero terrible en sus consecuencias.

Terrible porque, hacer periodismo, es precisamente investigar. ¿Cómo puede orientarse al público, sino buscamos las causas y las consecuencias, de los hechos? Pero no podrá hacerse, en tanto no haya periodistas convencidos de que esa es la forma de hacer su trabajo. Por supuesto, no basta que ellos lo entiendan así. Desarrollar una cultura democrática en el periodismo, requiere que los dueños de los medios apoyen la investigación, que los empresarios que hacen publicidad en los medios dejen de chantajear con el avisaje, que los dirigentes políticos y sociales actúen de forma transparente y que los gobernantes estén obligados a entregar la información que se requiere. El periodismo exige contrastar la información que se genera en los centros de poder (político, económico o social) con datos y elementos de juicio que el periodista debe buscar por encima, y muchas veces por debajo y por detrás, de lo entregado por las fuentes oficiales.

La Ley de imprenta aprobada en 1925 y vigente en la actualidad, consagra un principio básico de la labor periodística: el secreto profesional. Dice la Ley que, el periodista que revela su fuente de información a cualquiera que no sea el juez competente, comete delito de fe pública. Por supuesto esta disposición se refiere, ni duda cabe, a las fuentes no oficiales, a quienes tienen valor de proporcionar los datos que, los voceros oficiales, encubren por intereses particulares. Las fuentes oficiales deben ser mencionadas, pero el periodista está en la obligación de reservar el origen de su información no oficial y defender con todas sus fuerzas esa reserva.

Hacer periodismo requiere, más aún en estos tiempos, que el profesional de esta disciplina conozca y comprenda, en su verdadero alcance, lo que ocurre en el contexto de la realidad que lo circunda. Esto supone que tenga acceso a la información, en la forma más amplia posible; aún más, que investigue y busque por vías no oficiales.

Por supuesto, es entre los periodistas que debe iniciarse este proceso de formación de la conciencia democrática. En los estudiantes de comunicación social –de las 14 o más carreras existentes en el país- debe inculcarse la convicción de que esta función social está por encima de las adhesiones partidistas, de las inclinaciones políticas y aún de las convicciones ideológicas.

El periodismo es el orientador de la sociedad, creador de la opinión pública. Tal función puede cumplirse en tanto el periodista asuma la responsabilidad de informar sobre la esencia de los acontecimientos, analizar su contenido, interpretar sus proyecciones y opinar sobre sus valores.

La escribanía, tan cara a los grupos autoritarios, resulta ser una vía de desinformación. Un texto en el que leamos: “Dijo…, señaló…, agregó…, enfatizó…, concluyó..”, sin otra cosa que las declaraciones de cualquier personero (dirigente político o sindical, gobernante o empresario) es ejercer escribanía, no periodismo, por la simple razón de que proporciona, al lector, una visión parcializada de la realidad, aún en el caso de que sea bienintencionada.

Y no se trata de que un periodista renuncie a sus convicciones ideológicas o preferencias políticas. No comparto la presunción de que, el periodista debe ser apolítico e ideológicamente neutral. Tratándose de un orientador, lo menos que puede esperarse de él es que, por sobre todo, esté orientado; en otros términos, que tenga posición definida respecto a las grandes e incluso pequeños temas de la sociedad. Esa posición, que todo ser humano asume como partícipe de la sociedad, es lo que se llama política.

Desde sus convicciones y preferencias, con su propio punto de vista, el periodista hará la noticia, aplicará el análisis, desarrollará la interpretación, expondrá su opinión. La única condición es que sea honesto, con el público y consigo mismo.

Fragmento del libro “Redacción periodística”. La Paz, agosto de 2009

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