Un día como hoy, en noviembre de 1979, se registró uno de los episodios más cruentos de la historia del Bolivia. El coronel Alberto Natusch Busch encabezó el golpe de Estado con el apoyo de los regimientos Tarapacá e Ingavi, que costó la vida de cientos de personas y alrededor de medio millar de heridos.

En la víspera de la celebración de Todos Santos, en la madrugada del 1 de noviembre de 1979 (02.30 aproximadamente), los jefes militares al mando de tropas de ambos regimientos irrumpieron la ciudad de La Paz. Según el libro Democracia y dictadura, hechos que debemos recordar, de la Defensoría del Pueblo, las tropas del regimiento Tarapacá “al mando del coronel Arturo Doria Medina dispararon a civiles desarmados, con un saldo de 100 muertos y 500 heridos”.

El objetivo de aquel operativo era derrocar al gobierno constitucional de Wáter Guevara Arze mediante un golpe Estado que contó con el respaldo de miembros del sector denominado “constitucionalista” de las Fuerzas Armadas, integrado por personajes como David Padilla, Raúl López Leytón y Gary Prado.

La aventura golpista también contó con el apoyo de los militantes del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), como Guillermo Bedregal, José Fellman Velarde, Edil Sandóval, entre varios.

La toma violenta del poder por parte de los militares fue anunciada a través de un comunicado emitido por radio Illimani y la televisión estatal, que luego fue amplificada por otros medios de comunicación privados.

SIN BENEPLÁCITO DEL PUEBLO

El nuevo régimen golpista no contó con el beneplácito del pueblo y sus organizaciones representativas. Para el escritor Víctor Montoya, en vano intentó mostrarse ante la opinión pública como un gobierno de “izquierda” y con un discurso basado en la “doctrina de seguridad nacional”, que el imperialismo norteamericano impartía a sus mercenarios en la Escuela de las Américas.

Además sostiene que los días de noviembre se marcaron con sangre en la memoria histórica de un país asolado por las dictaduras, no sólo porque el golpe cívico-militar se produjo en vísperas de Todos Santos (día de los muertos), sino también porque se demostró, una vez más, que un pueblo es capaz de ponerse en pie de lucha para defender sus derechos más elementales, enfrentándose a pecho abierto contra las avionetas, los carros blindados y las tropas militares fuertemente armadas.

La resistencia al golpe se generalizó en poco tiempo. La Central Obrera Boliviana (COB)  y la  Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) convocaron a la huelga general y al bloqueo de caminos a nivel nacional, mientras los trabajadores mineros entraron en huelga indefinida con la consigna de “¡Hasta que se vaya Natusch Busch!”.

RESISTENCIA EN LAS CALLES

Los sindicatos afiliados a la COB tomaron las calles y se enfrentaron a las tropas militares. También participaron estudiantes, maestros, vecinos, intelectuales y otros sectores populares que se congregaron en diversas zonas paceñas, como el Cementerio General, Munaypata, Villa Victoria y en la Zona Ballivián de El Alto.

La resistencia popular, según Montoya, no tenía el objetivo de defender al presidente constitucional Wálter Guevara Arze, sino la democracia que hacía poco se había recuperado de manos de la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez.

Los luchadores sociales, que durante dos semanas se movilizaron en las principales calles de La Paz, Cochabamba y centros mineros, pusieron en jaque al efímero gobierno del coronel Natusch Busch, como una muestra de que contra la voluntad de lucha de un pueblo no pueden las tanquetas de guerra, las ráfagas de las avionetas ni las balas de un ejército dispuesto a matar a mansalva.

La huelga general declarada por la COB tuvo buena repercusión porque de inmediato fue secundada por otras organizaciones sociales, se convirtió en un movimiento de masas.

La movilización de los sectores sociales dio fin a los 16 días de gobierno de Natusch Busch.

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